La argentina Claudia Piñeiro publica su primera novela negra oficial: 'Betibú'.
La narradora ha creado una pareja de detectives: una escritora y un periodista.
En el libro se hace un agudísimo análisis de la crisis que vive la prensa
CARLES GELI Barcelona 10 FEB 2012 - 11:19 CET
Le gusta a Piñeiro forzar
el género. Una de las vías que usa para ello es, seguramente, la más difícil:
el lenguaje. En Betibú, todo es un largo diálogo
en estilo indirecto muy libre, de fraseología muy corta, que hace más difícil
aplicar las técnicas tan propias de la novela negra: la descripción de la
acción, la pérdida del diálogo picado y cortante… El resultado, gracias a su
estilo tan cercano al habla, es, sin embargo, muy ágil. “Es un poco lo que
buscaba Manuel Puig, tratando de escuchar cómo habla la gente; recuerdo los
ejercicios de dramaturgia que encargaba Mauricio Kartún, que nos obligaba a
coger una libreta e ir a un bar o agarrar un colectivo [autobús] y escribir
textualmente, sin cambiar nada, ni tan siquiera la estructura gramatical, tal y
como lo decía la gente”. Le sirvieron, sin duda.
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luisreta2012@yahoo.com.ar
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Como a traición, “cuando
estaba a media escritura el género me tomaba”, confiesa hoy, cansada en esta
intensa BCNegra, Claudia Piñeiro (Buenos Aires, 1960) para explicarse de algún
modo la aparición de elementos de novela negra en casi la mitad de sus obras de
narrativa: “Nunca me sentaba a escribir policíaco, pero esa presencia estaba
ahí y eso me deja en algún lugar del género negro, pero aquí sí que es la
primera vez que, desde la primera línea, me propuse que lo fuera”. El título en
cuestión es Betibú (Alfaguara)
o el supuesto suicidio de un rico empresario argentino del que dudan una
escritora en crisis personal y profesional (apodada Betibú por parecerse al
dibujo de Betty Boop), un veterano periodista de sucesos apartado por incómodo
y su joven sustituto, sin referente alguno y experto sólo en twittear.
A
pesar del famoso Bustos Domecq (el mítico dúo Bioy Casares-Borges) y su
colección El séptimo cielo, ni es fácil ni está muy bien valorado escribir
novela negra en Argentina. “Son esos prejuicios tan típicos de mi país que
hacen como que debas protegerte del género; todo es muy aguerrido en la
discusión literaria argentina”, expone la narradora que, en cambio, recita una
serie de escritores jóvenes (“Leonardo Oyola, Marcelo Luján, Carlos Salem…”)
que empujan el género.
Admite
la autora de Las viudas de los jueves (premio Clarín, 2005) que, en sus
primeras novelas, las tramas policiales “eran flojas, pero ahora me he hecho
cargo del género a plena conciencia”. ¿Por qué, sin embargo, aparecían esos
elementos? “Por mi fijación por la muerte, un tema que me atraviesa y quizá
también porque mi otra gran obsesión es armar la conciencia de unos personajes,
por decirlo en palabras de David Lodge, y eso me lleva a ponerlos en
situaciones límite; en Las viudas…, por ejemplo, se refleja una
gente que va perdiendo sus bienes y su estatus social; ¿hasta dónde están
dispuestos a llegar para no perderlo? ¿Implica eso el crimen? Ahí me interesa
lo negro”.
Le gusta a Piñeiro forzar
el género. Una de las vías que usa para ello es, seguramente, la más difícil:
el lenguaje. En Betibú, todo es un largo diálogo
en estilo indirecto muy libre, de fraseología muy corta, que hace más difícil
aplicar las técnicas tan propias de la novela negra: la descripción de la
acción, la pérdida del diálogo picado y cortante… El resultado, gracias a su
estilo tan cercano al habla, es, sin embargo, muy ágil. “Es un poco lo que
buscaba Manuel Puig, tratando de escuchar cómo habla la gente; recuerdo los
ejercicios de dramaturgia que encargaba Mauricio Kartún, que nos obligaba a
coger una libreta e ir a un bar o agarrar un colectivo [autobús] y escribir
textualmente, sin cambiar nada, ni tan siquiera la estructura gramatical, tal y
como lo decía la gente”. Le sirvieron, sin duda.
La culpa de haber sido
testigo de algo malo sin haber hecho nada para evitarlo es el motor de fondo de
la trama policíaca orquestada por la autora, un tema que dice que la impresionó
sobremanera cuando leyó una entrevista a Stieg Larsson en la que explicaba su
comprometida militancia en oenegés destinadas
a mujeres víctimas de abusos: “De joven había visto cómo forzaban a una chica y
no intervino, admitía, y esa confesión me afectó tanto como que su expiación de
la culpa viniera por una ONG”. ¿Pero son tiempos éstos de gentes arrepentidas
por mala conciencia? “No, la tendencia es hoy como si nadie tuviera nada que
ver con muchas situaciones, como vemos en la crisis económica”.
También
impregna la atmósfera delictiva la sensación de que el mal, poderoso, está muy
por encima del ciudadano medio y el castigo nunca es automático. “Mi mirada
social sobre eso viene marcada de algún modo al formar Argentina parte de unos
países donde las instituciones tienen manejos poco claros por ser democracias
muy tiernas y muy cercanas a dictaduras que arrastran sus crímenes… En ese
contexto, muchas veces se hace difícil construir un detective impoluto, que no
sea corrupto cuando cada día lees en los diarios sobre la existencia de bandas
mixtas entre delincuentes y policías, antiguos militares… En ese sentido, mis
novelas son inmorales porque no está claro que el mal sea castigado, ni tampoco
se sabe bien quién lo ejerce”.
Betibú, trama negra aparte
--que, según su autora quizá podría ser el origen de “una pareja detectivesca”
entre la escritora y el veterano periodista Jaime Brena--, es su agudísimo
análisis de la crisis que vive la prensa, atrapada entre su desmoronamiento
económico y sus cada vez más frecuentes cruzadas contra los gobiernos. “Pongo
en tela de juicio esas dos lecturas, que en muchos casos son fruto de peleas
por negocios y no en aras de buscar la verdad”. Esa distorsión, constata
Piñeiro, se traduce ya en los contenidos: “lo noto como escritora, por el tipo
de periodistas que me entrevistan, y también como lectora”. Y sentencia: “la
deriva de las empresas periodísticas está arrastrando al oficio: veteranos
prejubilados, desmembración de las redacciones como escuelas del oficio… Por
ejemplo, se ha perdido ya la tradición de policiales [sucesos], que es donde
siempre han estado los mejores escritores”. Y, como en el libro, aparece así el
recuerdo del escritor y periodista argentino Rodolfo Walsh, el que, amén de la
imponente frase “si no hay justicia, que al menos haya verdad”, aseguró que el
periodismo era el arma adecuada. ¿Aún es así?’ “Hay que recuperarlo”, sentencia
Piñeiro. Y si no, que dispare la novela negra.